Cuando uno sale del pueblo grande a veranear y termina en un pueblo pequeño y costero, lo que mandan los cánones es retratar puestas de sol y parajes de ensueño y divulgar las imágenes por las redes sociales para provocar la envida malsana de los que, alejados de la costa y de los espetos de sardina, sufren los rigores estivales sin resignarse al tinto con casera del bar de la esquina.
Los psicólogos se van a hacer de oro gracias al pajarito y la efe azules...
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